A diferencia de otros animales hemos logrado ir mucho más allá de nuestros genes y así desarrollamos la cultura en la cual vivimos.
Estamos biológicamente dotados para comprender a los demás, para sentir lo que ellos sienten e identificarnos sobre todo con su dolor. Es decir, para ser empáticos. Y esta sería la base neurobiológica desde donde se funda la vida social imprescindible para nuestro desarrollo.
"Cito a los demás", repetía mi admirado M. de Montaigne, el filósofo francés del siglo XVI, "cuando dicen mejor lo que yo quiero expresar".
Y es por ello, lector, que comenzaré mis Cajas Chinas de hoy con una cita que es en realidad una justificación, pues seré redundante. Volveré a conversar con Ud. de un tema que de distintas maneras ya habíamos abordado. La cita es de Fernando Ulloa (1918-2008), pionero del psicoanálisis en la Argentina, y dice: "Hablar de ternura en estos tiempos de ferocidades no es ninguna ingenuidad. Es un concepto profundamente político. Es poner acento en la necesidad de resistir la barbarización de los lazos sociales que atraviesan nuestro mundo".
Ulloa propone una decisión vital, un acento, al cual me referiré en el artículo de hoy.
Comenzaremos con una pequeña anécdota que, ciertamente, ocurrió hace unos treinta años.
Había ido a buscar a mi hijo menor a la salida del colegio. Tendría unos siete u ocho años. Era ese momento del tumulto donde los padres se amontonan en la puerta de la escuela, los chicos aparecen con la cara que Serrat describe para ellos ("Felices como niños que salen de la escuela"), doblados por el peso inexplicable de sus voluminosas mochilas y las maestras tratan de ordenar un momento inordenable. No creo que las cosas en la actualidad sean muy diferentes.
Mi hijo, sonriente, sin verme, traía a su primita más pequeña de la mano y se dirigió al inevitable "kiosco de al lado de la escuela". Se subió al banquito para petisitos y compró golosinas que pagó con su dinerillo. Le dio luego una generosa porción de ellas a su prima, que las recibió también con una hermosa sonrisa, y luego de darle un besito salió para el lado contrario al que yo estaba. Ninguno de los dos vio que yo observé la escena. Mi hijo se guardó las poquitas golosinas que había reservado para él en el bolsillo de su saco y recién ahí, cuando levantó la vista, me vio y vino corriendo, contento, a encontrarse conmigo.
Cuando quiero buscar en mi memoria una escena que represente la más pura bondad y ternura, me surge ésta, aunque debo decir que uno de los privilegios que me ha otorgado mi trabajo de psicoterapeuta ha sido el de conocer muchas situaciones equivalentes que he atesorado (nunca mejor usada la palabra) con el correr de los años y no sólo con niños como protagonistas.
Le pregunté algo a mi hijo sobre lo ocurrido pero no "largó prenda". Empezó a comer sus golosinas. ¡Y me convidó con una para que yo pruebe! No sé si él recuerda este episodio de su infancia y carezco de autorización formal para reproducirlo. O sea, estoy cometiendo una infidencia. Sólo confío en que su bondad, que siempre fue in-crescendo, lo haga tolerante con este padre empeñado en arengas, probablemente inconducentes.
Por otra parte, necesito de esta anécdota, pues propongo que reflexionemos acerca de un interrogante de enorme significación para nuestra existencia: ¿Es el ser humano, acaso, un "bicho" depredador y malvado, capaz de destruir a sus congéneres y al planeta que lo cobija? ¿Es acaso la competencia y el intento de suprimir al otro lo que define nuestra forma de existencia?
Me pregunto si habrá tenido razón Gordon Gekko, el personaje interpretado por Michael Douglas en la película Wall Street cuando afirma: "La cuestión, señoras y señores, es que la codicia —a falta de una palabra mejor— es buena. La codicia es lo correcto. Funciona. Aclara, penetra y captura la esencia del espíritu evolutivo"
"Estás criando mal a tu hijo", me hubiese regañado Gekko. "Lo estás preparando mal para la vida. Deberías haberle mostrado que es un tonto quedándose sin ventajas. Lo estássustrayendo de la esencia del espíritu evolutivo".
¿Y si Gekko tuviese razón?
Durante siglos la humanidad ha tendido a pensar de ese modo. La bondad, la cooperación, son acciones que indican debilidad. Más tarde o más temprano habrá que desecharlas.
Y no han faltado "pruebas" para sostener esta afirmación.
En rápida mirada, innúmeras circunstancias marcan que la competencia, la permanente lucha por sostener el poder, la negación del respeto por el más débil son las acciones que parecen aumentar la potencia vital.
La teoría del "buen salvaje", elaborada por el filósofo suizo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), según la cual "El hombre nace bueno y libre pero en todos lados está encadenado", y atribuye a la sociedad la capacidad de corromper a sus integrantes, es una de las explicaciones que la filosofía ha dado. Poco considerado con sus familiares y amigos, Rousseau termina llegando al mismo punto que Gekko por una vía diferente, pues le atribuye a la sociedad la capacidad de corromper a sus integrantes, lo que es una forma indirecta de responsabilizar al ser humano pues su "obra principal", la sociedad en la que vivimos, sería la causante de todos nuestros males.
Y como si todo esto fuera poco, pensamos la naturaleza como un sistema despiadado donde el pez grande siempre va a comerse al más chico. De allí, se sostiene que el hombre debe colocarse en el centro del universo para dominar a la naturaleza en cuyos sucederes siempre se termina confirmando gérmenes de maldad y destrucción.
No es menor todo esto, lector. Se piensa de esta manera y se termina justificando la violencia y el dominio del más fuerte. Los modelos totalitarios de organización social serían, en definitiva, los elegibles pues son los únicos que garantizarían un cierto orden.
Otros, como la democracia, que buscan acuerdo ante la discrepancia, estarían destinados al más rotundo fracaso. El ser humano tendría vocación para la guerra, que sería la continuidad de la política y no, y tan sólo, su fracaso.
Charles Darwin demuestra a principios del siglo XIX que los seres humanos somos parientes de los simios y que ese "ser animal" ofrece una explicación para "nuestra maldad", es ella parte de nuestra herencia animal. Conceptos como la "lucha por la vida" y la "supervivencia del más apto" son en los que se apoya Darwin para formular su teoría evolutiva. Hombre prudente, dicen que Darwin nunca estuvo muy cómodo con sus propias deducciones pero otros las usaron para arribar a terribles conclusiones, por ejemplo que "solo los hombres mejores y más fuertes debían sobrevivir y que era lícito matar a los enfermos y a los más débiles. "(El filósofo alemán contemporáneo, Richard Precht, desarrolla de un modo crítico esta temática en su libro, muy recomendable "¿Quién soy yo??" (E.d. Ariel).
Thomas Henry Huxley, conocido como "el bulldog de Darwin", profundiza la teoría de su amigo y llega a la "inequívoca" conclusión de que el hombre era malo, pero la civilización le apretaba las riendas, contradiciendo a Rousseau pero solo aparentemente.
El estado de lucha y confrontación por lo que sea es permanente para cualquiera de estas teorías.
El surgimiento de ciencias como la primatología centrada en la paciente observación de los modos de relación de chimpancés, gorilas, etc, permitió acercar otras perspectivas. Se destaca aquí el primatólogo Frans de Waal dedicado al estudio de chimpancés y macacos quien hizo y hace un aporte magnífico que cambia la mirada (hay muy buen material de él en YouTube y tiene excepcionales libros como El mono que llevamos dentro).
El pudo observar en no pocas ocasiones interacciones de ternura y altruismo entre chimpancés por ejemplo (a pesar de su organización social androcéntrica) y formas de resolución de problemas que buscan el acuerdo y el reencuentro.
Ni que hablar de los bonobos, parecidos a los chimpancés pero más pequeños, donde predominan al mando las hembras, y que hacen del erotismo y el sexo sus formas de acercamiento y disfrute, y también formas de resolución de conflictos. ¡Parecen pasarlo muy bien, quién lo duda!
De Waal observa en los mamíferos superiores (pues agrega a los elefantes, los delfines, los lobos, los perros) que mantienen formas sostenidas de altruismo y respeto por los más débiles que en nada se diferencian de la protagonizada por mi hijo, su primita y las golosinas a la salida del colegio en una tarde que recuerdo cálida y bella.
Las "conductas morales" que ya aparecen en los animales indican que en nuestra herencia genética existen elementos que las hacen posibles y que no provienen de hechos externos a nosotros tales como un "soplo divino" o una organización social más o menos eficiente sino de la evolución misma que seleccionó la cooperación, el altruismo, las formas de atenuación de la violencia como rasgos útiles que han permitido el extraordinario desarrollo de nuestra especie. De Waal le llama a esto "moral ascendente" pues proviene desde el adentro de nuestra biología.
Ni que decir cuando, a partir de 1992, un grupo de neurocientíficos de un pequeño laboratorio de Parma, Italia, descubrieron en el cerebro de monitos que estudiaban un grupo de neuronas que se activaban permitiendo comprender la acción de los otros. Le llamaron "neuronas espejo" y se corroboró su existencia también en los seres humanos.
Estamos biológicamente dotados para comprender a los demás, para sentir lo que ellos sienten e identificarnos sobre todo con su dolor. Es decir, para ser empáticos. Y esta sería la base neurobiológica desde donde se funda la vida social imprescindible para nuestro desarrollo.
Escuelas psicológicas como la creada en Chicago por el psicoanalista Heinz Kohut, han estudiado y aplicado el concepto de empatía a la comprensión del sufrimiento psíquico y al desarrollo de la psicoterapia.
Volvamos ahora a nuestra primer pregunta: ¿Es el hombre un ser bueno o un individuo cargado de maldad y ansias destructivas? Digamos que es una pregunta mal formulada y por lo tanto obliga, si la aceptamos, a una mala respuesta.
La naturaleza nos ha dotado de elementos para el desarrollo de nuestra especie. Necesitamos de dosis de agresividad para cuidar de nuestra seguridad o aún para alimentarnos, cazar un conejo o arrancar un fruto de un árbol como hacían nuestros ancestros, cazadores recolectores.
Y también nos ha dotado de la capacidad de altruismo y cooperación como elementos claves para el imprescindible encuentro y permanencia junto a otros semejantes y aun animalitos diferentes como nuestras mascotas, con las cuales convivimos.
Como dos polos, en verdad opuestos, el deseo de encuentro y la agresividad son nuestras dos grandes posibilidades y necesitamos de ambas.
Pero a diferencia de otros animales hemos logrado ir mucho más allá de nuestros genes y así desarrollamos la cultura en la cual vivimos.
Y toda nuestra existencia se centra en decidir a cual de esos polos le damos prevalencia.
Aunque parezca una simplificación, y tal vez lo sea, el amor o la violencia en sus distintas formas, son nuestras opciones. No está determinado hasta donde ascenderá (o descenderá) nuestra moral. Gekko, por fortuna estaba equivocado. No hay un solo camino evolutivo.
El que sabía (y sabe) de eso es mi hijo. Por eso le dió a su padre una inolvidable lección de generosidad. Buen domingo, lector.
Ernesto M. Rathge
Médico psiquiatra y psicoterapeuta
Publicado el 22/10/2017 en el suplemento MAS del diario "La Capital"
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