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Foto del escritorE. Rathge

Cuchara

Actualizado: 13 oct 2018

El extraño caso del tiramisú y la evolución humana





Un proverbio senegalésdice: “Se necesita una aldea entera para criar a un niño”.

Inicio estas Cajas Chinas con una aclaración. Me han dicho, con un cierto tono de reproche, que cuando me refiero a las personas que me leen las denomino “lector”. Esto les permitió interpretar a algunos que escribo para un universo más bien masculino que tiende a excluir a las distinguidas damas del mismo. Nada más alejado de mi intención y, a decir verdad, creo que se sobreactúa bastante con las “a” y las “o”. Creo además que la instalación en la opinión pública —imprescindible por cierto— de las problemáticas de género es de gran valor. Que la cultura patriarcal en que aún vivimos merece una revisión permanente sobre todo en lo referente a la forma en que son tratadas las mujeres por nosotros los hombres, no hay dudas. Pero hay un límite en los campos que no hacen el fondo de la cuestión. Conviene no exagerar. De modo que pondré “a” y “o” como me vayan saliendo sin tratar de quedar bien con nadie.

Vamos pues a la tarea de hoy que, justo, algo tiene que ver con el tema. Voy a contar, lector, una historia de mi consultorio. Ya sabe Ud. que mi trabajo se centra en el conversar psicoterapéutico.

Entiéndase bien. Contaré una historia. No un historial clínico pues estoy obligado al secreto profesional. Algunos datos están cambiados pero sólo lo suficiente para proteger cualquier forma de identificación del protagonista.

Recibo la consulta de R., un joven de unos treinta años, profesional, apuesto, impecable en su vestir.

—Mire Dr., mi esposa está embarazada de 6 meses. Padres primerizos vamos a ser. Y tengo la sensación que me está ganando el egoísmo. No tengo ganas de volver a casa…

—Mucho happy hour, mucho fútbol con amigos, asados frecuentes, más tiempo en el trabajo.

—Eso Dr. ¡usted es adivino!

—No. No es infrecuente que esto ocurra.

— Mi mujer es buena mina y la amo. Pero no hay caso. Me tira la calle. Un médico amigo me dijo que seguro que tengo (lee en un papelito) un trastorno narcisista de la personalidad, que tal vez tendría que tomar algo que me calme.

(Debo aclarar, lector, que abomino de esos diagnósticos que tan ligeramente se emiten en mi especialidad y nada aportan. Psicofármacos pre-indicados incluidos).

— ¿Y vos entendiste que quiere decir eso?, le pregunto.

— No. Pero suena grave y que me va a costar cambiar.

—Vos decís, ¿ir menos al happy hour? (Nos reímos)

— Mirá, creo que tu problema es más “oftalmológico” que “psiquiátrico”.

(R. abre los ojos, seguro pensando: “Este está más chiflado que yo”).

—Yo creo que estás excesivamente enfocado en vos mismo. Mirándote mucho el ombligo. Es un tema de enfoque. Dependerá mucho de vos, cuanto quieras cambiarlo.

Le propongo comenzar un trabajo reflexivo psicoterapéutico y le digo que no es necesario que tome fármacos, que él se da cuenta que algo no funciona y que ser padre no es tarea simple para nadie.

R. responde bien. Se conecta con la propuesta terapéutica. Hace esfuerzos para entender “su egoísmo” (como él le llama) e intenta reducir las conductas que lo alejaban de su esposa, que me manda saludos aliviada.

Pero un día R. llega furioso a la sesión y casi a los gritos declara:

— Doctor, nos equivocamos. La egoísta es ella. Escuche. Anoche estábamos acostados y yo puse la tele para ver el partido de Boca. Soy fanático. Y me lo había ganado. Llegué temprano a casa y hasta preparé algo de la cena. Era mi derecho. Ver a Boca. De pronto mi mujer se sentó en la cama y me dijo, casi llorando: “Tengo ganas de comer tiramisú. El que hacen aquí en el restaurante de la vuelta”. “Bueno, mañana te compro”. “No, ahora, quiero ahora. Dos porciones”, y lloraba más fuerte.

Me puse el sobretodo arriba del pijama y salí corriendo al puto restaurante. Agitado le pregunto al de la barra: “¿Tenés tiramisú?”. “El mejor”, me contesta el pelotudo. “Dame dos porciones para llevar”. Encima, carísimo doctor. Y cuando miro la tele del lugar Boca perdía 1 a 0. Pego la vuelta corriendo. Ella seguía sentada en la cama.

“Cuchara”, dijo. No dijo: “¿Me alcanzás una cuchara mi amor?”. ¡No!, “cuchara”, a secas. ¡Y encima Boca ya perdía 2 a 0!

Se morfó las dos porciones, se dio vuelta ya sin llorar y se apolilló tranquila. ¿Ud. cree que me ofreció un poquito de tiramisú? Se da cuenta doctor… ¿quién es la verdadera egoísta?

— “Antojo” le dicen a todo eso, afirmé con el tono de dar un severo diagnóstico.

—Si, eso dijo mi vieja cuando le conté. Pero ella nunca tuvo uno cuando estaba embarazada de mí.

—Bueno. Después de 6000 años de patriarcado, muchas mujeres aprendieron a reprimir sus deseos, arriesgué. No digo que sea el caso de tu madre. (El horno no estaba para bollos).

—Y, mi viejo es un poco machista. Pero “cuchara”, doctor. Le juro que fue lo que más me dolió.

— Mirá R. yo no creo que tu mujer “sea egoísta”. ¿Y sabes que creo que son los antojos?, formas que las mujeres utilizan, quizás sin darse cuenta, para probar a sus maridos. Se le viene una brava encima. Pronto tendrán un bebé y no será sencillo. Cuesta mucho trabajo criar a un cachorro humano. Pero esta es una historia que te contaré otro día. Hoy estás muy enojado.

— Enojadísimo. Y encima perdió Boca.

—Pero eso no es culpa del tiramisú. Para mí, Barros Schelotto para mal al equipo.

R. me miró con furia. Ahora el “problema oftalmológico” era otro. Me lanzó un “rayo destructivo” con la mirada.

— Doctor, o lo puteo o le doy un abrazo.

Y me dio un abrazo. Y yo también.

R. es un buen tipo. Quiere pensar y entender. Y yo a veces me excedo. (Lo de Schelotto estuvo de más. Aunque es un lindo personaje para echarle la culpa de algo).

Hay situaciones del consultorio, de la vida, que se explican de un modo sencillo. Esta que acabo de relatar exige ir más a fondo. No podré evitarlo. Tendremos que dar un largo rodeo. Pero le prometo una historia entretenida.

En la región de Dikika, Etiopía, Africa, en el año 2000, un grupo de paleoantropólogos del Instituto Max Planck de Alemania dirigidos por el etíope Zeresinay Alemseged produjeron un extraordinario descubrimiento que permite conocer más acerca de nuestros orígenes.

Enterrados en la arenisca del cauce de un viejo río, hoy seco, hallaron los restos fósiles de una niñita que vivió allí hace unos 3.300.000 años.

Zeresinay la bautizó “Selam”, que en lengua etíope quiere decir “Paz”. Pertenece al linaje de los Astrophitecus Afarensis, ancestros del homo sapiens que habitaron en el Africa entre 6 y 2 millones de años atrás (y aunque no tiene que ver con lo central del tema me permitiré decirle al pasar a la maldad/estupidez racista que todos alguna vez fuimos negros. ¡Del Africa venimos todos, muchachos!).

Al equipo de científicos le demoró cinco años separar los huesitos de Selam de la arenisca del río.

Los paleoantropólogos correlacionan los hallazgos de los fósiles con las posibles formas de vida.

Y luego de la ardua tarea, las deducciones fueron maravillosas. En principio, por sus dientitos, tenía Selam unos tres años de edad. De la cintura para arriba el bebé se parece bastante a los monos, con hombros y brazos capaces de permitirle trepar a los árboles con facilidad. Pero de la cintura para abajo es muy parecida a nosotros y el único piecito hallado muestra la posibilidad de bipedestar, es decir, de caminar erguido. Debió ocurrir esto como una necesidad de adaptación.

Al retraerse la selva y avanzar la pradera en el Africa un grupo de primates bípedos “se elevó” por sobre los pastos, para poder ver y desplazarse.

Literalmente se quedaron sin árboles para colgarse de rama en rama y no les quedó más remedio que aprender a caminar.

El pulgar está achicado, comparado con el de la extremidad inferior de un monito. Y la planta del pie alargada.

Y este detalle provoca un cambio notable en la forma de crianza de un “humanito”, pues ya no podrá colgarse de la espalda y agarrarse de la cintura de su mamá, como un monito; cosa que le permite a la mamá mona moverse con más autonomía, con su hijito colgando y con sus brazos en libertad.

Así, la hembra de mono depende menos del mono macho para criar a sus cachorros.

La hembra humana debe portar a su hijito en brazos lo que la hace más dependiente de su pareja y con todo respeto, de las hembras viejas, es decir, las abuelas. Pero sobre todo, de su pareja.

Aquí surge la familia humana. De una necesidad de adaptación que hace que el macho deba quedarse más cerca de la hembra. ¡Porque esta lo necesita mucho para criar al bebé de ambos! Y es entonces, en torno a la mujer, donde surge la familia, con el agregado de la separación de sensualidad de la ternura relacional, lo que aumenta las ganas de estar juntos. ¿Trampas de la biología? Tal vez. Bienvenidas.

Pero hay más. Los científicos dedujeron por el volumen del cráneo que el cerebro de Selam era menor en tamaño que el de un monito de edad equivalente. ¿Significa esto menor capacidad evolutiva? Sabemos que no.

Significa que el cerebro puede crecer más en el humano siempre y cuando reciba los cuidados de alimentación y ternura que lo estimulen, ¡Notable! Nuestra inteligencia se desarrolla por y desde el amor de la familia.

Somos seres amorosos por naturaleza. No violentos como a veces tendemos a pensar. Los padres de Selam deben haber cuidado de ella y la deben haber amado para que se desarrolle.

Es difícil y trabajoso criar a nuestros cachorros. Sobre todo para la mamá. El papá debe estar ahí cerca siempre, a disposición. Aunque a veces se distraiga mirando Boca.

R. volvió al consultorio más sonriente. Le conté esta historia y le gustó. A su esposa, cuando él se la contó, también.

Entendieron. Ella prometió ser más amorosa, aún en medio de un “antojo”, que tratará, dijo, le dé en el entretiempo del partido.

A la luz de todo esto, cuando me preguntan o me pregunto por el sentido de la vida se me ocurre una respuesta o mejor dicho elijo una: hacer un mundo mejor, más amoroso para nuestros cachorros, los del pulgar del pie pequeñito. No pueden sin nosotros.

Un proverbio senegalés (otra vez Africa) dice: “Se necesita una aldea entera para criar a un niño”. Buen domingo. Si es posible, en familia, lector, lectora.


Ernesto M. Rathge

Médico psiquiatra y psicoterapeuta

Publicado el 12/09/2017 en el suplemento MAS del diario "La Capital"

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