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Foto del escritorE. Rathge

Doncellas y caballeros

Actualizado: 13 oct 2018

(Dedicado al Profesor Guillermo Lovagnini, compañero de la secundaria en el querido Colegio Nacional N°2, luchador incansable por el respeto a la diversidad sexual. Uno de los hombres más buenos y valientes que he conocido).



Miles de años de cultura patriarcal no se resuelven en un momento. Mujeres y hombres cometeremos errores, abandonaremos esfuerzos, sentiremos desesperanzas. Pero una y otra vez, la belleza de una vida de integridad y encuentro volverá a iluminar el camino y nos acercará a la meta.

Abordaré, lectora, lector, un tema complejo.

Deseo hacerlo con extrema prudencia, lejos de una toma de posición apuntalada en certezas. Despacio. En “puntillas” como dicen los españoles. Como una invitación a la reflexión, esa acción tan valiosa que surge del entrecruzamiento honesto de la emoción y la razón.

Hay vientos de mejores épocas. La posición histórica de la mujer se ha puesto con singular intensidad, en un valioso cuestionamiento, y con ello, inmediatamente, la posición del hombre.

Quizás como nunca hasta ahora, el modo de vinculación social centrado en el poder masculino, es profundamente cuestionado.

Las formas patriarcales están en crisis. Y ello es una buena noticia, no sólo para las mujeres, sino también para los hombres. Todos los varones, y recalco el “todos” aunque pueda sonar a excesivo, estamos “infectados” en mayor o menor grado de la “enfermedad patriarcal”. Todos.

El patriarcado surge hace varios miles de años, como consecuencia del ejercicio arbitrario del poder por parte del hombre, en la familia humana.

La mujer, los hijos, los bienes materiales, son apropiados por el patriarca que, además, delimita el territorio de lo que decide, es su pertenencia, y por las “buenas” o por las “malas”; se lo impone a sus vecinos. Así, los utensilios de labranza o de cacería, se transformaron en armas que son usadas para defender/atacar, en una dinámica interminable que justifica las guerras y la destrucción inevitable consiguiente.

No siempre fue así en la historia de la humanidad.

Las pinturas rupestres de las cuevas de nuestros ancestros no reproducían imágenes de guerra o de violencia. Si de convivencia y belleza.

Por ejemplo, (y no es el único), entre 8.000 y 6.000 años A.C., en la cuenca del Danubio en Europa se desarrolló una cultura centrada en la celebración de la fertilidad de la tierra, donde los estudios antropológicos y arqueológicos no constataron diferencias de poder entre hombres y mujeres. No hay registro de fortificaciones bélicas y se vivió un prolongado tiempo de paz en esa denominada “Cultura de la Diosa”, donde, como dice la antropóloga Riane Eisler, “hubo una época en la que Dios fue mujer”.

Pero la organización patriarcal arrasó con todo, a punto tal de hacernos pensar y sentir que la interacción de hombres violentos, jóvenes inmolados en las guerras, mujeres sometidas y postergadas, fue la única historia y es el único destino posible de la humanidad.

Estamos ante una verdadera tragedia. La desvalorización o pérdida de los aspectos femeninos de la vida que impuso el patriarcado no sólo atacó lo nuclear de la identidad de la mujer, sino que hizo que el hombre perdiese ese aporte fundamental de la femineidad, esencial para construir una existencia más tierna, más apacible, más sutilmente creativa, alejada de la violencia, apoyada en la intimidad del encuentro vivificante.

Las mujeres, con valentía, han reaccionado a estos modos de convivencia que generan desigualdad y sufrimiento. Lo hacen en diversas formas e intensidades, algunas veces cuestionadas. Pero yo deseo centrarme en el papel de los varones, que si de excesos se trata, lleva una abrumadora delantera.

Quizás la pregunta central sería: ¿Qué clase de hombre haría del mundo un mejor lugar para todos?

Debemos cuestionar las formas de ejercicio de la masculinidad y entender que la desigualdad de género es un problema grave para todos.

Grayson Perry, en su magnífico libro “La caída del hombre” hace una dura afirmación: “Cuando veo las noticias de la noche por TV, a veces me parece que todos los problemas del mundo pueden reducirse a uno: al comportamiento de personas con cromosoma Y, pues son los hombres quienes tienen el poder, el dinero, las armas y los antecedentes penales. Creo que uno de los problemas más importantes, si no el más importante, al que se enfrenta el mundo de hoy, son las consecuencias de la masculinidad canalla. Algunas formas de masculinidad (en particular si es descaradamente brutal o disimuladamente tiránica) son tóxicas para una sociedad tolerante, libre e igualitaria”.

La masculinidad es, tan sólo, un conjunto de hábitos, tradiciones y creencias que se han asociado con el hombre.

No está en los genes. No está encarnada. Tan sólo está arraigada en el psiquismo masculino y puede cambiarse. Y, digamos esto claramente; no sólo perjudica en su ejercicio a las mujeres que la padecen, también lastima y, hasta a veces destruye, al hombre que la ejecuta.

Podemos cambiar. Es en la más simple cotidianeidad donde se juga el juego de los valores que asumimos y las conductas que de ellos se desprenden.

Y desearía entonces compartir un cuento. Encierra, como toda historia fantástica, algún estereotipo. Me disculpo por ello, pero creo que vale la pena porque, su mensaje es valioso.

Está tomado de las leyendas del Rey Arturo y nos ilustra sobre ese cambio posible.

Un joven Arturo es atrapado cazando en el territorio prohibido de un reino vecino. El rey del lugar le propone un trato. Va a perdonarle la vida si Arturo es capaz de contestar una difícil pregunta: “¿Qué es lo que quiere realmente una mujer?”, y le da un año de plazo para encontrar respuesta. Si no, deberá ejecutarlo.

Arturo acepta el trato y se lanza a preguntar por aquí y por allá, o a pensar intensamente, pero no halla una respuesta que crea satisfactoria. Y el día de la ejecución se va acercando.

Se entera entonces, que una bruja que vive en una inmunda cueva conoce la respuesta y a ella se dirige.

Sabe que la bruja cobra muy caro sus servicios pero está dispuesto a pagarlos.

Y es así. La horripilante arpía dice que le dará la respuesta pero el precio es casarse con Gawain el mejor amigo de Arturo y el más noble caballero de la Mesa Redonda quien, por supuesto, acepta para salvar a su amigo.

Y la bruja da la respuesta: “¿Qué es lo que quiere realmente una mujer?” “¡Quiere tener soberanía sobre su propia vida!”. Sabia respuesta que salva a Arturo.

Gawain debe cumplir con la promesa y se casa con la bruja que se comporta durante la fiesta de un modo totalmente desagradable. No obstante Gawain mantiene la cortesía con su esposa.

Pero en la noche de bodas ocurre algo extraordinario.

La bruja transmuta en una bellísima doncella. “Tendrás que elegir” le dice a su asombrado esposo. “La mitad del tiempo me mantendré bella. La otra mitad volveré a ser espantosa. ¿Cuál aspecto escogerás para el día y cuál para la noche?”

Gawain se da cuenta que decidir ésto es un derecho de su esposa y le dice entonces que ella tiene potestad de escoger.

Y entonces ella, le responde que será siempre una bella dama de noche y de día, puesto que él había reconocido y respetado la soberanía sobre su propia vida (Robert Johnson, “Recuperar la femineidad perdida”).

Las leyendas, los mitos, como los sueños que soñamos, admiten variadas interpretaciones. Aquí algo se hace evidente y es la emoción de respeto que todos ejercen. Así la feminidad aparece en plenitud, representada por la belleza de la doncella pero no reducida solamente al aspecto físico. Y es la vida de todos la que deviene más bella.

Y el caballero? El gentil hombre? Qué es? Bueno, un hombre gentil es una persona poderosa que, teniendo la fuerza física y emocional para aplastar algo, decide no hacerlo y optar por el amor y la ternura.

Y permítaseme cerrar la nota con el genial Grayson Perry, Rector de la Universidad de Arte de Londres “La compasión masculina es un brazo sereno y fiable alrededor del hombro. Los hombres buenos, cual “rocas”, están dotados de cualidades íntimas que no se ensalzan lo suficiente. Esas cualidades muchas veces son dejadas de lado por las melodramáticas bravatas de una masculinidad de dibujos animados”.

Miles de años de cultura patriarcal no se resuelven en un momento. Mujeres y hombres cometeremos errores, abandonaremos esfuerzos, sentiremos desesperanzas. Pero una y otra vez, la belleza de una vida de integridad y encuentro volverá a iluminar el camino y nos acercará a la meta. Valdrá la pena.


Ernesto M. Rathge

Médico psiquiatra y psicoterapeuta

Publicado el 12/08/2018 en el suplemento MAS del diario "La Capital"


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