“La proximidad y la bondad son causas generadoras del amor”.
(Dante Alighieri. Convivio, I, XII)
Pero si los hikikomori japoneses y sus sucedáneos occidentales son un símbolo del aislamiento y el miedo a los otros, en el polo opuesto hay situaciones no menos graves, sobretodo porque se proponen como paradigmas de éxito.
Llegaba del Colegio Nacional todos los mediodías arrastrando un inevitable portafolio de cuero marrón. Doña Laura, vecina de la casa de mi abuela donde yo vivía, solía estar barriendo la vereda, o comprándole al verdulero que, en esos tiempos, detenía su carro cargado en la mitad de la cuadra. Cuando me veía me saludaba siempre afectuosamente y, no pocas veces decía: “¡Nene, hoy hice milanesas. Vení a almorzar con nosotros!”.
Yo entraba corriendo a mi casa y tiraba el portafolio al grito de “¡Nona, voy a comer de doña Laura”! Mi nona que en nada me contradecía, solo atinaba a un “¡Ma….!” italiano y un “¡Va Vía, va vía!”.
En la mesa ya estaba don Francisco, el esposo de doña Laura. Tenían una florería que ambos atendían. En minutos llegaba Laurita, la hija, maestra jovencita que hacía sus primeros reemplazos y el almuerzo comenzaba. Hablábamos de todo. De Newells, de política, de la muerte de Kennedy.
Yo comía milanesas y opinaba sin parar, lo cual sigo haciendo todavía. Don Francisco decía: “Este chico sabe, Laura. Este chico sabe… “De postre, él mismo me pelaba una naranja, enorme, de los árboles del “fondo” de la casa. Lo hacía, con gran pericia pues la cascara salía entera, con una navajita que parecía muy pequeña entre sus manos hábiles, agrandadas por años de laburo. Dona Laura preparaba un paquete con naranjas. “Tomá. Llevale a la nona que le gustan”. Y yo partía, felicísimo.
Todas las casas tienen un olor particular. Creo recordar, estoy seguro, que la casa de doña Laura y don Francisco, olía a naranjas.)
“¡Dios ha muerto!”. El “grito” de Friedich Nietzche, el filósofo alemán, atraviesa todo el siglo XX como estandarte metafórico de una nueva concepción que pone al ser humano en el centro explicativo de la vida.
La ciencia, apuntalada en la Ilustración europea, deviene en el nuevo modo de búsqueda de lo verdadero. Las consignas de Libertad, Igualdad y Fraternidad de la Revolución Francesa se convierten en la meta de lo político, que se persigue de distintas maneras, tergiversadas una y otra vez por el horror de las guerras, el racismo, los nacionalismos extremos, los dogmatismos violentos, pero apoyado en la frágil democracia (“El peor sistema de gobierno excepto todos los demás”, como decía W. Churchill).
“Amarás a Dios por sobre todas las cosas” reza el mandato bíblico. Y “al prójimo como a ti mismo” es el extraordinario aporte de la voz de Cristo (se lo piense desde lo religioso o, como quien esto escribe, y con todo respeto, desde el valor histórico innegable).
Es esto en si, un decir revolucionario. El mandamiento del amor, del reconocimiento y del respeto por el otro, aún del desconocido.
El prójimo, es decir el próximo, el vecino, la persona que uno ve, que uno oye, que uno puede oler y tocar, es, debería ser el centro de esa moral laica que es el humanismo. En esto, lo laico y lo religioso, coinciden, se superponen.
Necesitamos de ese otro y ese otro nos necesita.
Sobre esto deseo reflexionar junto a ud., lectora, lector. Un libro me ha inquietado. Su autor, Luigi Zoja. Su título: “La muerte del prójimo”. El autor dobla la apuesta metafórica de Nietzsche. No sólo Dios ha muerto, también el prójimo.
Por estos tiempos que corren, el otro parece alejarse cada vez más. No me refiero necesariamente a los amigos; uno puede tenerlos y cita mediante, encontrarse con ellos. Me refiero al cruce espontáneo que genera el saludo amable, la sonrisa. “Me ves, te veo” o viceversa. Sobre todo en las grandes ciudades, ya casi no se “chocan los cinco”. A veces tan solo se rozan los hombros en un andar ligero donde todos vamos de prisa a algún lado, o quizás, a ninguna parte.
Faltan doñas Lauras y don Franciscos. No sabemos verlos, construirlos. Falta el olor de las naranjas.
Hay trágicos extremos en todo esto.
Por ejemplo los “hikikomori” japoneses son uno de los problemas más difíciles de comprender y solucionar en esta sociedad posmoderna.
Allí, en Japón, se manifestaron por primera vez, pero existen en todas partes. Son jóvenes que han abandonado sus estudios, sus trabajos, su vida social. Se encierran en su cuarto todo el día, con ventanas y puertas clausuradas, en total oscuridad, excepto por la pantalla de su computadora, todo el tiempo encendida. Dormidos de día, despiertos de noche, la madre les deja el plato de comida en el piso, al lado de la puerta que apenas entre abren. El prójimo es para ellos un seudónimo lejano con el que juegan eternos videojuegos, en general, notablemente violentos. Extremos retiros de la vida cotidiana que suelen comenzar con episodios de bullyng (maltrato escolar) o de mobbing (maltrato laboral) donde un individuo es sometido por sus pares a una humillación constante que lo quiebra.
Pero si los hikikomori japoneses y sus sucedáneos occidentales son un símbolo del aislamiento y el miedo a los otros, en el polo opuesto hay situaciones no menos graves, sobretodo porque se proponen como paradigmas de éxito.
Hace poco leí una nota (Diario Perfil 19/08/18) sobre Elon Musk el multimillonario y mediático dueño de la compañía Tesla, presentado como uno de los hombres más “exitosos” (permítaseme las comillas) del planeta.
Dice Musk: “Trabajo 120 horas por semana y desde 2001 no me tomo vacaciones”.
Hubo momentos en que no me iba de la empresa por tres o cuatro días”.
(Sólo duerme con somníferos y, por lo que se intuye, a altas dosis). Y agrega “A la boda de mi hermano en España viaje en avión privado desde el trabajo llegué dos horas antes y me fui apenas terminó”.
Es interesante como cierra la nota el periodista.
Repárese por favor en la última frase. Dice textual refiriéndose a esas declaraciones del empresario: “Esta suerte de diván de analista en el que Musk hizo terapia en público dejó una clara sensación que no estaría pasando un buen momento personal, y si bien lo mostró humano, dejó preocupado a inversores de varios de sus proyectos!”
¡A la humanidad entera debería preocupar que un hombre como Elon Musk sea considerado exitoso! Es el paradigma de otra forma de soledad, la de la búsqueda del éxito a cualquier costo. La de la sobrevaloración del dinero y las posesiones.
Una sociedad fraterna, se organiza horizontalmente. Carece de verticalidad ordenadora que se impone por ejemplo en las dictaduras, las monarquías o las teocracias. Es, sin dudas, más promisoria, pero exige un mayor esfuerzo de todos para superar los riesgos de desigualdad y la injusticia o del mal uso de la libertad individual que siempre termina donde empieza la del prójimo que debe ser reconocido y respetado.
Lamentablemente, el tipo de ser humano en el que se centra la escena posmoderna es el del individualismo extremo y el hiperconsumo. Estas son opciones morales. No le echemos la culpa a la tecnología que sólo es un instrumento. De esas opciones morales dependen los modos de existencia. Y no podemos darnos el lujo de perder uno de los antídotos más eficaces para los males que nos aquejan: el olor de las naranjas.(Quien esto escribe es, en varias cosas, un ser afortunado. Por esas cuestiones de la vida he vuelto a habitar hace ya muchos años, la casa de mi infancia rosarina.
Crease o no, “Arte Floral Balcarce. Fundado en 1957”, como reza su cartel, existe todavía. Ya no están dona Laura y don Francisco, claro, pero su hija Laura y su nieta Laurita regentean el próspero negocio. En mi familia se las denomina “Las Lauritas”. Ellas están allí, como siempre. Pasan todas las Navidades con nosotros. Cuando ven a mis nietos les regalan una hermosa flor para que se la lleven a sus mamás. Todas las Pascuas hacen huevos de chocolate con el nombre de cada uno de ellos que colocan en medio de un bellísimo arreglo floral que preside nuestra mesa.
Supongo que les retribuyo algo con mi cariñoso respeto y mi presencia de vecino quizás algo apresurado. Y con esta nota. Que bien se la merecen, ellas la bondadosa doña Laura y don Francisco, el señor que pelaba una naranja sin que se le rompa la cascara).
Buen domingo lector/a. en estos minutos en que me leyó yo fui su prójimo y ud. el mío. No es poco.
Ernesto M. Rathge
Médico psiquiatra y psicoterapeuta
Publicado el 09/09/2018 en el suplemento MAS del diario "La Capital"
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