El Grinch es un personaje de cuentos infantiles creado por el Dr. Seuss, escritor norteamericano.
A veces la digna indignación es nuestro último refugio y es bueno expresarse desde allí. No para quedar atascado en ella, pues esto conlleva al peligro del resentimiento, sino para proponer y volver a arrancar.
Es un duende ermitaño, verde, feo, peludo y muy cascarrabias, que aparentemente odia la Navidad.
En realidad está muy enojado con los habitantes de la extraña Villa Quien, a los que siente mezquinos, autocentrados, deseosos de poseer cosas innecesarias.
Hay varias películas sobre el Grinch que en estos días pueden verse en televisión. Si el lector lo desea puede mirar alguna. Es recomendable que lo haga junto a niños, pues ellos en su exuberancia imaginativa entienden al personaje y lo explican, como la niñita del cuento que logra rescatar al Grinch de su enojo y de su soledad y hace que todos los habitantes de la villa reciban una magnifica lección de generosidad y afecto, al comprender que el Grinch no está contra la Navidad, fiesta de la familia si las hay, sino contra las leyes del hiperconsumismo y la falta de solidaridad.
A su manera, el Grinch no es más ni menos que un digno indignado que se expresa de un modo extravagante.
Este año no he podido, apreciados lectores, contarles una bella historia de Navidad como en años anteriores. Quizás esté un poco en "modo Grinch" (expresión que me ha enseñado Florencia O´Keeffe, editora de éste suplemento).
A veces la digna indignación es nuestro último refugio y es bueno expresarse desde allí. No para quedar atascado en ella, pues esto conlleva al peligro del resentimiento, sino para proponer y volver a arrancar.
Y así lo haré. Sin pretender privilegio alguno como si fuese un crítico que opina de una obra desde fuera de la escena. Al contrario. Todos somos "partícipes necesarios" y por tanto responsables de la vida que vivimos. Excepto los niños por su fragilidad y dependencia inevitable y los indigentes, pobres de toda pobreza, porque de nada disponen, nada tienen.
Año difícil el 2018. Quizás como todos. Pero tengo la impresión de que un poco más.
Muchos motivos para indignarnos. Ahí van algunos.
Una profunda crisis económica nos golpea. Y los más débiles son los más perjudicados. Aumenta la pobreza y eso es injustificable. ¿Impericia? ¿Negligencia? ¿Intereses espúreos? Excede a esta nota ese análisis.
Alta y vergonzante corrupción de destacados políticos y destacados empresarios, cada vez más constatada por la Justicia. Deberían ser los mejores de todos nosotros. Pero ahí están, sosteniendo sus privilegios más allá de los discursos.
La violencia de género que, en una sociedad machista, hace estragos. Aunque es bueno decir que la visibilización creciente de esta problemática empieza a alumbrar un camino de salida.
Pero esto no es sólo tarea de las mujeres valientes que denuncian. Aquí los hombres estamos plenamente implicados. Conviene detenernos un poco en esto. Como dice Grayson Perry en su libro La caída del hombre que no me cansaré de recomendar, el varón arrastra "costumbres o actitudes inútiles que la historia le ha asignado (la adicción a la adrenalina, el esnobismo, el estreñimiento emocional, la necesidad de certezas y una conciencia hipertrofiada de lo que se les debe) y que han sido tan desastrosas tanto para la sociedad como para el mismo?"
Los hombres debemos devenir más amables, respetuosos ante el "no" de una mujer, más genuinamente suaves. Debemos ceder posiciones de poder conquistadas con prepotencia. Debemos ser sensibles con nuestras hijas mujeres y enseñarles a nuestros hijos varones, el valor de la ternura.
En fin, que podría seguir enumerando situaciones de este 2018, pero prefiero recurrir a un mito griego que quizás defina como ningún otro lo peor de estos tiempos.
Es el mito de Narciso. Se lo conoce parcialmente.
Narciso era un joven bello, absolutamente fascinado con él mismo. Observaba su imagen reflejada en un lago y sólo le hablaba a ella. Los demás no existían.
Nerciso creía que su imagen le contestaba pero en realidad era la ninfa Eco, perdidamente enamorada de él y a quien había despreciado, quien intentaba conversar con él. En un arrebato el joven se lanza al lago para abrazarse a sí mismo y se ahoga. Castigo de los dioses por su profundo egoísmo. Y Eco, tan sometida a Narciso, también es condenada a repetir la última palabra que los otros dicen, y así lentamente a desaparecer, ser sólo una voz repitente; sin autonomía alguna. (De allí viene, lector lo del "eco de la montaña").
Este mito tiene un gran valor para comprender en el ámbito de mi especialidad, las psicociencias, el desarrollo del psiquismo humano.
Pero me permitiré utilizarlo para puntualizar el hecho de que muchos de los males de nuestra cultura surgen del excesivo centrismo que se promueve y la renuncia a pensar, y por tanto a aceptar acríticamente lo que los "Narcisos" de turno (sean aquí, hombres o mujeres, no es tema de género) intentan imponer.
Una vez más, nuestro gran recurso, nuestra verdadera opción, es la reflexión, que permite captar nuestras emociones y nuestras ideas y aceptarlas o cambiarlas para obrar en consecuencia.
Conviene pensar. Tanto Eco como Narciso, sólo son opciones evitables. Y si me lo permiten, decirlo en "modo Grinch" y con todo respeto: se piensa poco, mucho menos de lo necesario. Y el desarrollo inteligente de una cultura, imprescindible para resolver los graves fallos que nos aquejan, exigen un compromiso reflexivo de todos y cada uno de nosotros. Y de acciones honestas y adecuadas. No se puede "pavear" con el hiperconsumo, la superficialidad, el chiste barato, la prepotencia, el maltrato de los otros. Y sepan disculpar, quizás me esté poniendo demasiado "Grinch". Deben ser los años.
Pero así como ese personaje se dio cuenta de que la Navidad era posible si se reencontraba con lo mejor de sí mismo y de los otros, sus vecinos, es bueno saber que cerca nuestro hay personas que todos los días nos muestran cosas diferentes.
Como el Dr. Horacio Kapellu que se empeña en reflexionar y contarnos sobre lo bueno del espíritu de las maratones. Tan luego él, que fue inspirador con los 42 kilómetros de Rosario. Conviene conocerlo y escucharlo. Búsquelo. No es difícil encontrarlo.
O Pablo Motto, periodista inteligente, que hace de la generosidad un ejercicio cotidiano. "Fabrica" arbolitos de las más diversas especies y los regala desinteresadamente con la esperanza que todos aprendamos a ser mejores personas cuidándolos, regándolos, ayudándolos a crecer. A mí por ejemplo, me regaló cuatro que están plantados en mi jardín. Anda por ahí, por la ciudad, con su perro Beto, haciendo de la vida una pequeña aventura cotidiana.
Cada uno de ellos (los tres, porque incluyo al perro Beto) podrían ser protagonistas de un cuento, de una bella historia: "El corredor incansable de maratones" o "El regalador generoso de árboles", y entonces, el título de mi escrito ya no sería "Elogio de la indignación" sino "Elogio de la bondad y de las ganas". Aunque ambos títulos, es bueno aclarar, no se excluyen entre sí.
Pero en fin, estimados lectores, el 2019 ya está a la vuelta de la esquina. Y pronto brindaremos junto a nuestra familia, a nuestros seres queridos. Y estará muy bien. Este "Grinch" hará lo propio. Y nos desearemos lo mejor para este año que se inicia. Y así será.
Pero digamos también que la digna indignación, las ganas y la bondad son válidos mojones de un mismo camino. Brindemos también por ello, entonces. ¡Felicidades!
Ernesto M. Rathge
Médico psiquiatra y psicoterapeuta
Publicado el 30/12/2018 en el suplemento MAS del diario "La Capital"
Comments