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Foto del escritorE. Rathge

Las “Formas” del padre

Actualizado: 13 oct 2018

El Gesto de Héctor y otros gestos



Encontré esta pequeña gran historia en Twitter; reseñada por una periodista de Infobae. Ocurrió hace unos meses lector, aquí cerca de su casa y de la mía, en los Tribunales Provinciales de Rosario. Para ser más precisos, en el Juzgado de Familia N°5, a cargo del Juez Dr. Marcelo Molina.

Se deliberaba en una audiencia acerca de la adopción de un niñito de 3 años. Estaban presentes los padres biológicos que acordaban con la adopción del niño por parte de unos vecinos quienes lo habían cuidado desde su nacimiento.

Ellos también deseaban adoptarlo pero la ley argentina prohíbe especialmente la adopción directa.

El Dr. Molina observó con especial sensibilidad, una escena que lo indujo a otorgar una excepción.

El la relata así: “Estábamos en la audiencia. Los padres biológicos, yo y la señora que lo estaba criando. El nene estaba a upa de ella, jugando en silencio, en su mundo. Le pregunté a la señora si estaba sola y ella me dijo que afuera estaba su marido. Por un error nuestro el hombre había quedado afuera y como es gente muy humilde no nos habían dicho nada. Yo digo: “por favor, háganlo pasar ya”. Cuando entró el hombre, el nene que hasta ese momento no había dicho una sola palabra, giró la cabeza y dijo: “¡Papá!”.

Molina dice que se generó un silencio profundo en la sala, hubo miradas que se cruzaron y que él se dió cuenta que “ese hombre era para el nene su papá, no había duda alguna. ¡Lo recibió con tanta alegría! Faltaba que sacaran una pelota y se pusieran a jugar”. El juez tomó la decisión. Y otorgó la adopción plena. La ley se puso aquí, no siempre ocurre eso, al servicio del amor, de lo mejor de la vida.

“Papá”, es una palabra mágica que sólo se pronuncia cuando un hombre elige ser padre. Da igual que sea biológico o adoptivo. Y el Dr. Molina tuvo la sensibilidad suficiente para escuchar la palabra y catalizar este pequeño “milagro”.

Ser padre no es un acto instintivo del macho mamífero. Si, ser progenitor. Pero no es lo mismo engendrar que criar un cachorro.

En los mamíferos, es la hembra quien se encarga de la crianza. Y en ella se da la continuidad explicita de la biología. El macho se mantiene ajeno a esa tarea. Los leones toman sol. Los monos se pelean por las hembras.

En caso de la mamá humana se da claramente la continuidad biológica entre el embarazo y la crianza.

La paternidad, ejercida efectivamente por el varón humano, es un salto evolutivo enorme. Pero se trata de una elección que no está plenamente inscripta en el instinto. Lo humano surge en esa cercanía que el hombre acepta cuando vuelve al lado de su mujer para criar a los niños. Sale a cazar, cuida la cueva, pero vuelve y juega con los cachorros como el señor de la audiencia. “Saca la pelota”, como diría el Juez Molina.

Ese retorno del hombre a su hogar completa la escena familiar. Allí, junto al fuego, con los “cachorros” alborotados hasta dormirse, surge lo humano. “¡Papá!” es una mágica palabra.

Hay una secuencia mitológica de La Ilíada, que resuena con la escena del juzgado. Homero nos relata en ese bello poema, el sitio y la conquista de Troya por los griegos.

Es una guerra despiadada donde hay gestos de valor y de crueldad como en toda guerra.

Héctor, el valiente príncipe troyano, es quien guía a los suyos. Pero la derrota será inevitable.

Aquiles, embriagado de furia y de soberbia, la desafía a pelear. Es el mejor guerrero y Héctor no rehúye al combate pero sabe que, probablemente, va a morir en manos del héroe griego.

Pero antes de la batalla final, Héctor quiere ver a su familia.

Andrómaca, su esposa, lo recibe desolada. Le pide que no la haga viuda y que no deje huérfano al pequeño Astinacte, su hijito. Héctor la abraza con ternura y en silencio. Luego trata de alzar a su hijo. Pero el pequeño se asusta y le rehúye. Le tiene miedo. Héctor se da cuenta que su armadura salpicada de sangre y su imponente casco de batalla lo intimidan. Se despoja entonces de sus atributos de guerrero. Y allí, el niño sonríe y se acerca a su padre quién ahora sí, lo toma entre sus brazos. Luego lo eleva por encima de su cabeza y musita una plegaria: “Zeus, todos los dioses, haced que mi hijo se distinga entre todos los troyanos y que de él digan: “Es aún más valeroso que su padre”.

Felices, ambos rieron. Como el niñito del tribunal y su ¡Papá!

Un hombre ha elegido ser padre y desear lo mejor para su hijo.

Aquí, la forma del padre es la ternura y la generosidad.

Héctor debe partir y la guerra no dejará que retorne. Muere a manos de la furia de Aquiles.

Pero Héctor es un héroe diferente. No está infectado de soberbia, desconoce la ira. Muestra que un padre puede ser tierno y valiente al mismo tiempo.

“El gesto de Héctor” como lo denomina el autor italiano Luigi Zoja, da cuenta de la forma más valiosa de ser padre. La protección, el respeto, la ternura.

Pero no siempre esto ocurre.

Hay otras “formas” de ser padre. Por lo que sintetizan, y simplificando, me referiré a dos de ellas. El padre patriarcal, y lo que denomino, el padre macaco.

El patriarcado se construye desde la toma arbitraria del poder por el hombre en la familia humana. La mujer y los niños en el patriarcado, pasan a ser propiedad de ese hombre, cuyo único interés es el dominio y la posesión. Por eso recurrirá a la violencia si lo cree necesario. En el seno de su familia y contra otras familias. Cuando el patriarca llega a la política produce el horror de la destrucción y de la muerte. El siglo XX fue pródigo en “padres terribles”, patriarcas furiosos que tomaron la vida de millones de personas. Piénsese en Hitler y Stalin, por nombrar a dos de ellos.

No hay ternura en el patriarcado. Sólo abuso del más débil.

Y las mujeres y los niños, en ese contexto, son los más débiles. El patriarca nunca abraza a su mujer, sólo dispone de ella. Nunca eleva a su niño. Sólo lo vea y/o lo ignora. Ysiempre tiene la armadura puesta.

Los “padre macacos” son los que van y vienen con la mayor inconsistencia. Toman sol como los leones, “busca hembras” como los monos. No ven a sus hijos. Tan solo ven su propio ombligo. A veces se disfrazan de “amigos” de los chicos y devienen adolescentes. En algunos casos hacen aporte económico, pero no siempre. Aquí, la mujer queda a cargo, no sólo de lo doméstico. Las dificultades económicas de estos tiempos y la irresponsabilidad de su pareja, la obligan al esfuerzo del trabajo, no ya como legítima opción elegida, sino como imposición.

El “padre macaco” defecciona y crea una masculinidad fallida en la que se marchita. Contribuye así, a un mundo sin normas, sin límites donde falta, el gesto del padre que contiene y ordena.

En fin, la forma en que un hombre ejerce su masculinidad en general y la paternidad en especial, no está definida en los genes. Es la cultura la que teje esas formas, que luego nos parecen naturales, encarnadas en nosotros.

“La adicción a la adrenalina, el esnobismo, el estreñimiento emocional, la necesidad de certezas, la conciencia hipertrofiada de lo que se les debe, son costumbres o actitudes inútiles que la historia ha asignado a lo masculino y que han sido tan desastrosas para la sociedad y para el hombre mismo” (La caída del hombre”, Graison Perry).

Podemos elegir ser mejores hombres, más respetuosos, más suaves, más delicados en nuestro hacer y en nuestro decir. Podemos elegir ser mejores padres, más tiernos, más presentes, que le enseñan a sus hijos a jugar y a crear, no a competir y destruir. Padres que se sacan la armadura.

Héctor pierde en la batalla, si. La vida es dura y muchas veces perdemos. Pero vale ser Héctor no Aquiles (que después de todo, tenía “su talón vulnerable) y vale la plegaria del príncipe troyano: “Zeus, has que mi hijo sea mejor persona que yo, más bueno, más inteligente…”

Termino esta nota en un bar. Es mi costumbre. Es un bar con un amplio ventanal y elegí una mesa pegada a la ventana. De pronto, del lado de la calle, se apoyan exactamente a la altura de mi mesa, un joven papá con sus dos pequeños. Sólo el vidrio nos separa. Ellos no se dan cuenta que yo estoy ahí. Uno, un bebé, en cochecito. El otro un poquito más grande en su bicicletita. El papá le habla y los acaricia. Descansan de una caminata. El más grandecito le hace “cariñitos” a su hermanito. Pensando en esta nota se me ocurre pedirles que me dejen sacarle una foto y salgo a la calle. Pero “Héctor” con sus hijos ya se incorporado y continuado con su paseo. Después de todo, no es necesaria foto alguna, me consuelo. Debe haber muchos “Héctor” con sus hijos en la ciudad, y los lectores los conocen. Y, seguro, alguno habrá leído esta nota y la habrá sentido, posiblemente, una redundancia.



Ernesto M. Rathge

Médico psiquiatra y psicoterapeuta

Publicado el 06/05/2018 en el suplemento MAS del diario "La Capital"

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