Los terroristas han renunciado a la capacidad de pensar, que no es sinónimo de conocer sino de reflexionar sobre nosotros mismos, sobre nuestras acciones y sus consecuencias. Han perdido la empatía por nuestros semejantes y no comprenden su dolor. Es imprescindible recordar sus actos criminales.
Por ello Arendt habló de la "banalidad del mal", que se da cuando rehusamos a comportarnos como seres humanos y realizamos por acción u omisión actos crueles, por cuya responsabilidad nos decretamos eximidos y aceptamos actuar como piezas sin juicio moral de una estructura que se revela monstruosa.
En mayo de 1960, un grupo comando israelí capturó clandestinamente en las afueras de la ciudad de Buenos Aires a Adolf Eichmann, criminal nazi que había sido el organizador principal de los campos de exterminio donde fueron vilmente asesinados más de 6.000.000 de seres humanos indefensos.
Luego de la Segunda Guerra Mundial varios nazis se habían exiliado en la Argentina. Eichmann lo hizo en 1950. Llevaba una vida común y corriente con su familia y trabajaba en un puesto jerárquico en una conocida fábrica automotriz alemana.
Trasladado a Israel, fue juzgado en Jerusalén como criminal de guerra y ajusticiado en la horca en Tel Aviv en 1962. El juicio se televisó a todo el mundo y tuvo una gran cobertura mediática.
Una de las periodistas presentes, Hannah Arendt, politóloga y filósofa destacada, elaboró una serie de reflexiones muy valiosas, que iluminan la posibilidad de comprender mejor el fenómeno del mal.
Para Arendt, el criminal Eichmann no era en modo alguno un ser excepcional, especialmente inteligente o demoníaco. Simplemente se trataba de una persona que había renunciado a lo que nos distingue a los seres humanos: la capacidad de pensar. Para Arendt, pensar no es sinónimo de conocer. Se refiere a la posibilidad (y a la obligación) que todos tenemos de reflexionar sobre nosotros mismos, sobre nuestras acciones y sus consecuencias, a la empatía que sentimos por los otros nuestros semejantes, para comprender así su dolor, su sufrimiento.
Eichmann había dejado de pensar en ese sentido, y se había deshumanizado. Nada más ni nada menos que eso. Por ello Arendt habló de la "banalidad del mal", que se da cuando rehusamos a comportarnos como seres humanos y realizamos por acción u omisión actos crueles, por cuya responsabilidad nos decretamos eximidos y aceptamos actuar como piezas sin juicio moral de una estructura que se revela monstruosa. Los terroristas fundamentalistas de estos tiempos actúan de esa manera. En supuesta defensa de un Dios, atacan, destruyen, matan sin piedad. Cometen, como Eichmann, actos de maldad infinita.
El mal va más allá de lo dañino. Implica un daño grave que causa lesión física fatal, o duradera, como ocurre con el homicidio, la tortura, la mutilación. Siempre son seres humanos los que perpetran el mal a otros seres humanos a los que, con el instrumento del odio, los despojan de su condición de tales, del derecho a ser y los destruyen sin atisbo alguno de misericordia.
Y no hay, no debe haber para ello, justificación ideológica, religiosa, de condición social. No hay obediencia debida, o sumisión a un Dios, o privación material que los justifique.
El mal debe ser, siempre, profundamente repudiado por todos, claramente prohibida cualquier acción que lo induzca y severamente sancionado, por supuesto en el marco de la ley y las instituciones que hemos sabido construir.
Sé que las formas del mal no se reducen al terrorismo, pero en estos días se cumple el aniversario de la trágica muerte de un grupo de rosarinos en Nueva York a manos de un terrorista, posiblemente del EI o, al menos, identificado con su prédica y con sus prácticas.
Este hecho nos llenó de horror y de dolor a todos en nuestra ciudad, porque además de la atrocidad explicita propia de éstos sucesos lamentablemente frecuentes en estos tiempos, se trataba de nuestros prójimos. Muchos de nosotros los conocíamos o conocíamos a personas que los conocían. ¡Eran ex alumnos de Poli! decíamos. Como mis hijos, agrego.
Y hay una particularidad notable en esta situación que deseo remarcar. Si colocamos en un continuum, en una línea, los procesos de humanización y deshumanización en el que todos estamos incluidos, vemos como el terrorista asesino estaba en el polo de lo no humano. (Entiéndase bien, no hay animalidad alguna aquí. Los animales no comenten actos de maldad).
Pero sus víctimas se ubicaban en el polo opuesto, en el de la humanidad plena. Habían viajado a Nueva York para celebrar una amistad que se mantenía a través de los años.
Los seres humanos, que surgimos todos del amor y la ternura, producimos una de las formas vinculares más excelsas: la de la amistad. Y ellos la celebraban con la mayor de las fragilidades y con total inocencia. Paseaban juntos, como suelen hacerlo los niños, en bicicleta. Allí los sorprendió una muerte absurda, injustificable. Algunos del grupo sobrevivieron. Pero estoy seguro de que una herida abierta ha quedado en ellos, seguramente muy difícil de cicatrizar.
El mal debe ser pensado por todos, al estilo que planteaba Hannah Arendt. La reflexión que es el entrecruzamiento honesto de la emoción y la razón, nos permite ser mejores personas. Hechos como este no pueden ser soslayados.
Y, además, sus víctimas deben ser recordadas con la mayor empatía por ellos y por el dolor irremediable de sus familiares y de sus amigos. Recordar viene del latín "recordari" que quiere decir "hacer pasar de nuevo por el corazón". Por eso es bueno recordar. Es una forma de acompañar en el dolor.
Ernesto M. Rathge
Médico psiquiatra y psicoterapeuta
Publicado el 28/10/2018 en el suplemento MAS del diario "La Capital"
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