La proa es el futuro. Allí habitan las dificultades a vencer. Es el lugar de la posibilidad
Fue Michel de Montaigne, el célebre autor de los Ensayos quién mejor definió esta situación cuando dijo: "He padecido en la vida muchas cosas, la mayoría de las cuales ni siquiera ocurrieron".
Decía San Agustín: "¿Qué es pues el tiempo. Si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si quiero explicárselo al que me lo pregunte, no lo sé".
Voy a meterme lector, yo solo, pues Ud. nada me ha pedido, en un verdadero atolladero: reflexionar sobre el tiempo.
Ni un sabio, santo para muchos, como San Agustín de Hipona salió airoso del tema, como posiblemente la filosofía toda: explicar el tiempo.
No espere de mí, entonces, más que torpes balbuceos. Y puede abandonarme ya. Es su derecho. Pero tal vez valga la pena intentarlo.
No me referiré tanto al tiempo del reloj, el tiempo medido, el de Cronos, ese mitológico dios griego que devoraba a sus hijos en una clara metáfora que nos recuerda nuestra fragilidad inevitable ante el paso del tiempo. Apuntaremos al tiempo vivencial, al del Kairos griego, divinidad menos conocida, que da cuenta del tiempo que se vive, del instante sentido.
Es el tiempo con el que juegan los poetas, lo que le permite decir a Enrique Cadicamo en su bello tango Los mareados: "Hoy vas a entrar en mi pasado", síntesis magnífica del ayer, del hoy y del mañana, en un verso inolvidable.
O a Lewis Carroll hacer que su Alicia maravillosa le pregunte al Conejo Blanco: "¿Cuánto dura la eternidad?". "A veces solo un segundo", contesta al personaje del reloj inevitable.
Pero mi objetivo es más práctico. Creo que comprender mejor el interjuego entre pasado, presente y futuro nos otorgará mejores recursos para nuestro vivir cotidiano. Sin necesidad alguna, como verá el lector, de alejarnos de los poetas que creo son los únicos que le ganan la pulseada al tiempo con el recurso de atraparlo en la belleza de sus palabras.
Imagine que viaja Ud. en una pequeña embarcación del tipo y forma que desee. Yo, puesto a elegir, y navegando en los reinos de la memoria, prefiero un barquito de madera de esos que había en el laguito del Parque Independencia donde uno remaba para no ir a ninguna parte. Privilegios de la infancia.
Imagine que el barco está equilibrado. La popa, la parte trasera, representa el pasado habitado por buenos recuerdos, algunos tristes, claro, y dulce nostalgia por lo que ya no está. La fuerza de nuestra historia.
La proa es el futuro. Allí habitan las dificultades a vencer pero es el lugar del proyecto, de la posibilidad.
Y el medio, donde va Ud. sentado, representa el presente. Allí vivimos siempre pues el pasado ya pasó y el futuro aún no llegó.
El presente moja nuestras manos como el agua del laguito y, como ella, se escurre entre nuestros dedos. Esa es la condición efímera pero paradójicamente permanente del presente. Pasado y futuro son solo maneras de explicarnos nuestra historia y nuestro porvenir.
Pero compliquemos el viaje, lector.
Si "la popa se carga demasiado" el pasado empieza a tener más peso de la cuenta. Nos invade la pena por lo que perdimos o la nostalgia agria por lo que ya no está. Y como dice Jorge Manrique en Coplas a la muerte de mi padre, sentimos que "cualquier tiempo pasado fue mejor".
La tristeza se apodera de nosotros y el barquito comienza a "hacer agua" por detrás. Y, si esto se intensifica, un psiquiatra podrá decir: "Padece Ud. de depresión" (que eso es la depresión, la añoranza paralizante por lo que ya no está).
Pero si es la proa la que comienza a complicarse, si el futuro nos aparece oscuro y peligroso y el miedo y la ansiedad nos invaden, nuestro barquito "naufragará" por delante bajo el peso de esa ansiedad inútil que nada resuelve.
Fue Michel de Montaigne, el célebre autor de los Ensayos quién mejor definió esta situación cuando dijo: "He padecido en la vida muchas cosas, la mayoría de las cuales ni siquiera ocurrieron".
Los psiquiatras, menos sutiles que Montaigne, qué vamos a hacerle, le dirán: "Tiene Ud. un trastorno por ansiedad, o el temido (valga la redundancia), ataque de pánico".
Y cuando la presión es sobre el centro, el barquito se romperá por allí. Exceso del presente. Sin pasado, sin referencias históricas para apoyarnos. Como un árbol sin raíces. Sin futuro, sin estímulos para proyectarnos. Como un árbol sin ramas que se eleven hacia el cielo, hacia el mañana.
Aquí están las problemáticas del vacío, de la nada, que tanto acechan sobre todo a nuestros jóvenes. Puerta de entrada de las adicciones, las drogas, el alcohol, que buscan llenar ese vacío. O el uso excesivo y alienante de la tecnología. O el dejarse estar, la desidia.
Es necesario cuidar el equilibrio de nuestro barco. Darle a cada dimensión del tiempo una dosis adecuada.
Necesitamos de nuestra historia. Pero se equivoca Manrique, lector. No es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor. Tal vez, tan sólo no habíamos transitado dolores que ahora nos duelen. Idealizar el pasado nos deja anclado en él. Pero negarlo, abjurar de nuestras tradiciones, nos deja sin raíces, a merced de cualquier viento.
Necesitamos también de la fuerza que otorga el proyecto para protagonizar nuestro futuro. Para entusiasmarnos con él. El proyecto es deseo, y el deseo es vida. Desde él, avizoro un mundo mejorado para el cual invierto mi esfuerzo.
¿Y el presente? Me gustaría intentar una definición. Creo que el presente es el modo en que elegimos vivir. Es la “fábrica” de nuestra cotidianeidad.
Epicuro, el filósofo griego del jardín, proponía una forma de vida, sabia, sencilla, nada ostentosa: buenas uvas, buen queso, buenos amigos, buenas ideas. Y caminar, en lo posible acompañado, por los senderos de su existencia.
Cierto que uno puede convertir lo cotidiano en una “montaña rusa/tren fantasma” donde cualquier forma de lentitud es vivida como una agonía. O en su contrario: el tedio que anula el entusiasmo por hacer y nos aleja de los otros.
Son patologías del instante que impiden, en un caso ver y disfrutar del paisaje de la vida, y en el otro, no acceder jamás a él. Reforcemos el remedio entonces.
Ya le dije que los poetas tienen mucho que enseñarnos. No se me ocurre mejor manera para finalizar esta nota que compartir con Ud. un bello poema: Oda al presente, de Pablo Neruda. En él se nos invita a usar la fuerza que otorga la delicadeza y, sin violencia alguna, ser dueños de nuestro presente.
Ahí va lector, aquí al lado... Este momento tal vez valga la nota entera.
PD. “El barquito del tiempo” es nuestro. Y nosotros decidimos como navegarlo. Buen domingo.
Oda al presente
Este
presente
liso
como una tabla,
fresco,
esta hora,
este día
limpio
como una copa nueva
—del pasado
no hay una
telaraña—,
tocamos
con los dedos
el presente,
cortamos
su medida,
dirigimos
su brote,
está viviente,
vivo,
nada tiene
de ayer irremediable,
de pasado perdido,
es nuestra
criatura,
está creciendo
en este
momento, está llevando
arena, está comiendo
en nuestras manos,
cógelo,
que no resbale,
que no se pierda en sueños
ni palabras,
agárralo,
sujétalo
y ordénalo
hasta que te obedezca,
hazlo camino,
campana,
máquina,
beso, libro,
caricia,
corta su deliciosa
fragancia de madera
y de ella
hazte una silla,
trenza
su respaldo,
pruébala,
o bien
escalera!
Si,
escalera,
sube
en el presente,
peldaño
tras peldaño,
firmes
los pies en la madera
del presente,
hacia arriba,
hacia arriba,
no muy alto,
tan sólo
hasta que puedas
reparar
las goteras
del techo,
no muy alto,
no te vayas al cielo,
alcanza
las manzanas,
no las nubes,
ésas
déjalas
ir por el cielo, irse
hacia el pasado.
Tú
eres
tu presente,
tu manzana:
tómala
de tu árbol,
levántala
en tu
mano,
brilla
como una estrella,
tócala,
híncale el diente y ándate
silbando en el camino.
Pablo Neruda
Ernesto M. Rathge
Médico psiquiatra y psicoterapeuta
Publicado el 13/08/2017 en el suplemento MAS del diario "La Capital"
Comments